Todo depende del señor cara de rana, digamos que no es muy estable mentalmente. A veces me quiere, a veces no. Es como deshojar una margarita: estamos esperanzados al número de pétalos que tenga, y el resultado es totalmente incierto. Yo no quiero eso, sólo quiero que las margaritas posean números impares, así siempre se vería una sonrisa.
Ya no he visto al señor cara de rana, el viento se lo llevó. Entonces llévame a mí también, a tu tierra, donde no existen ni las margaritas, ni las promesas; donde sólo abunda la certeza, y no hay más habitantes de los que necesita...
Sólo soy una pequeña salamandra que se enamoró de quien no debía: de alguien que no era de mi especie, ni me corresponde y que me olvida cada vez que se comienza el solsticio de invierno, de alguien irreal que mi mente creó para que me hiciera creer lo que no creo. (¡!)
Así que... señor cara de rana ¿Ya ha pasado el invierno?